Ha
sido muy difícil para las feministas luchar con los estereotipos de la
maternidad, la naturalización del cuerpo de las mujeres como reproductor y las
extensiones de éste en la tarea del cuidado y la nutrición. Las feministas
maternales italianas de principios del siglo pasado, reconocían en la
maternidad y la crianza un trabajo, por ello abogaban por su reconocimiento y
por el pago del mismo por parte del Estado. Más tarde en el panorama de “la biología como destino”, una de las
formas en que describió Simone de Beauvoir al sistema sexo/género, ser madres o
seguir estos mandatos de género parecía ser un tanto desolador, ya que suponía
la anulación de la capacidad de trascendencia frente a la inmanencia del mundo
de la reproducción. El recelo producido
en parte de las feministas en torno a la maternidad tiene sus justificaciones, cuestión que también se relaciona con que aquellas mujeres que han decidido no serlo han sufrido la mirada condenatoria de la
sociedad, que percibe en la maternidad la forma ideal de ser “mujer”, el sitio
más feliz de realización, u otras
cuestiones por el estilo (lo que no significa que sea una opción legítima, siempre y cuando sea opción). Por ejemplo, la feminista radical Shulamith Firestone (1945-2012) veía
precisamente en la reproducción y la maternidad la subordinación de las mujeres
y proponía que nuestros cuerpos se desligaran de ella para que la ciencia asumiera este papel. La maternidad estaba (y
al parecer sigue estando) tan ligada al cuerpo femenino que era imperativo zafarse
de ella, pues en esa época la idea de
compartir los roles quizás era más fantástica que la gran máquina imaginada por
Shulamith.
Hoy
consignas como No a la maternidad
obligatoria, son recibidas con rostros perplejos, por no decir
reprobatorios, por parte de muchas
mujeres y hombres. Pienso que frases como éstas señalan la necesidad de reflexionar,
discutir y avanzar hacia la redefinición
de los roles en nuestra sociedad. Redefinición que tenga como fin un cambio en
la vida cotidiana y real de las personas, porque, entre otras cosas, en nuestro país las tareas
domésticas y la crianza siguen descansando principalmente en brazos de las
mujeres, por mucho que hoy haya más visibilidad de éstas en el ámbito público y
por mucho que trabajen fuera del hogar.
Por
último, quisiera decir que la maternidad en nuestro país no es una elección. Mientras
exista una ley que prohíba el aborto en todas sus formas, no es posible ejercer
una maternidad completamente libre, pues esto tiene que ver con nuestros derechos
sexuales y reproductivos, que son finalmente parte de nuestros derechos
humanos. Asimismo, mientras haya grupos de
poder que impongan sus visiones sobre la sexualidad y la familia, tampoco será
posible. Parece increíble que nos
encontremos inmersas/os en la tremenda
contradicción que consiste en que las elecciones determinantes de nuestras vidas
no estén disponibles para nuestro libre albedrío y que en lo pedestre, como
comprar un yogurt o un celular la
sociedad esté completamente de acuerdo.