martes, 9 de julio de 2013

Nancy Gewölb y Ximena Rodríguez


Revisando la revista cultural La quinta rueda1 aparecida en diciembre de 1972, encontré una nota brevísima sobre las obras de dos artistas chilenas titulada “Los pasadizos del sexo”. Un título sugerente para anunciar las obras que estaban realizando por aquel antonces las jóvenes artistas Nancy Gewölb y Ximena Rodríguez. Estas pinturas y esculturas de principios de los años '70 me parecieron, a primer golpe de vista, audaces y provocadoras. Cuestión que luego se acentuó pensando que han pasado más de cuarenta años y que nuestro contexto no se ha caracterizado por recibir con buenos ojos las experiencias de los cuerpos y sexualidades, menos cuando se trata de las experiencias de mujeres (salvo que se exprese desde el lado de una maternidad edulcorada) u experiencias que desafían la heteronormatividad.

Las artistas estaban realizando obras en las que se plasmaban directamente órganos sexuales femeninos y masculinos, centrándose en su forma, color, textura, explorando sus cualidades estéticas, pero también sus sentidos culturales y políticos. Nancy Gewölb menciona que la disconformidad frente a su situación de vida (mujer sobre protegida de clase media) la impulsó a hacer estas pinturas de sus genitales, declara “esto es un tipo de protesta al tipo de clase social en que viví. Yo pasé de los brazos de unos padres muy tiernos a los brazos de un marido muy tierno. Con esto demuestro que estoy aquí. Que esto es sin vuelta.” Son series de pinturas de gran formato en donde a partir de un ángulo muy cerrado se abren entrepiernas de carnes muy generosas, redondeadas (hinchadas) en las que el vello púbico es prominente y oscuro el sexo. En una segunda mirada, las pinturas me sugieren cuerpos de atrevidas muñecas infantiles (Jesmarinas) rollizas y rosadas.

Por su parte Ximena Rodríguez, según cuenta en la entrevista, venía realizando esculturas de cabezas y cuellos de caballitos las que cada vez iban tomando un aspecto más fálico hasta que, dejando de lado los prejuicios, decidió hacer un falo directamente. Fruto de este proceso es la obra que muestra en la nota, una escultura de un pene erecto hecha en terracota. Indudablemente, en la obra podemos advertir cierta estilización: síntesis de la forma, líneas simples y claras. El tamaño exagerado de los testículos nos puede traer reminiscencias de piezas de culturas antiguas asociadas a la fertilidad y lo sagrado. Agregaría que se presentan exagerados, dignos de la sobrevaloración de lo masculino y la posición preponderante que ostenta en nuestra cultura frente a otros posibles modos de ser. Ciertamente la imagen de la revista no es muy buena, de hecho es oscura, pero más allá de la forma2 me gustaría plantear que allí hay una cuestión que tiene que ver con la práctica de la escultura, el objeto y modelo de la misma que está siendo desplazado en la obra. Si pensamos que uno de los modos tradicionales de abordar la figura humana ha sido precisamente el desnudo, el que tenemos acá no cumple esta premisa pues es sólo una parte del cuerpo, un órgano aislado, y en este sentido su salida de contexto (no tiene cuerpo, ni torso) no logra producir un efecto de idealización y de representación, por tanto a los ojos de muchos podría ser tan sólo un falo. Otra arista surge cuando el autor del texto le pregunta de forma socarrona a la artista si la obra es así intencionalmente o si es debido a falta de conocimiento del modelo. Esto me lleva a recordar que para las primeras mujeres que lograron entrar a la academia de arte el desnudo se constituyó en la piedra de tope de su aprendizaje, pues se consideraba que no era beneficioso que asistieran, pero al mismo tiempo este era precisamente el ámbito de conocimiento más valorado en el arte. Por tanto se convertía en una forma de situar a las artistas en un espacio ambiguo e incompleto de la formación, dentro y fuera de la práctica, o definitivamente al margen como exponen historiadoras del arte feministas como Linda Nochlin y Whitney Chadwick.

La exigua información que entrega la revista nos puede dar pistas de cómo se recepcionaba el trabajo de una artista frente a un tema tabú como la sexualidad en los años '70. En la nota observamos cómo se iba traslapando el hecho de ser artista y mujer, luego los prejuicios sobre el contenido de su obra y la obra que podría ser de una mujer o femenina, sumado al lugar de la “mujer” como objeto de deseo en nuestra cultura. Por eso cuando dice el autor que Nancy Gewölb, una chica rubia, guapa, de pantalones pata de elefante y ojos azules, “por lo menos está pintando el sexo femenino”, allí se nos revela algo. Quizás es la incomodidad que causa cuando una mujer habla de sexo y no sólo de su sexo sino del sexo masculino, la representación del pene cuando no se tiene el pene y de allí las preguntas jocosas sobre el sexo, el doble sentido de las frases, la poca atención a las problemáticas de las que hablan las artistas sobre las motivaciones de sus obras, entre otras cosas. Si bien los son los años de la “liberación sexual”, del best seller Palomita blanca, el movimiento hippie, pareciera que dicha liberación nunca llegó realmente para las mujeres o por lo menos no llegó a sus cuerpos tan directamente, lo que se demuestra en el hecho tan simple de la perplejidad que suscita para el autor del texto las obras que está contemplando y cómo su presencia le sugiere una infinidad de modos en que abordar a las dos jóvenes y bellas artistas. El significante lo invadía todo, tal y como se percibe en el tono jocoso de la crónica.

¿Por qué pintas tantas veces lo mismo? Le pregunta el autor a Gewölb... Yo me pregunto si esto se le podría haber pasado por la cabeza y dicho a un artista que pinta desnudos o hace esculturas de cuerpos desnudos incansablemente. Allí más que repetición habría quizás reelaboración, cita, etc., se vería como propio del quehacer del artista. Y en este sentido mi malestar está en que más allá de la calidad de las obras se percibe de inmediato un límite y una burla. En la misma revista hay un texto llamado “La mujer realmente femenina” de Pia Sjöbladh Alberts en el que a partir del revisión de seis números de la revista Eva, la autora presenta su malestar frente a las convenciones y al minumundo al que se reduce a las mujeres y lo femenino, mismas convenciones y reduccionismo que rondan la nota sobre las obras de las artistas Rodríguez y Gewöld.

1 Revista La quinta rueda, nº15, diciembre 1972.
2Me trae a la memoria obras de la artista francesa Louis Bourgeois, esculturas fálicas de aspecto tosco y visceral, colgadas en ganchos de matadero, como si fuesen pedazos de carne arrancados de cuerpos masculinos (algo similar hace con entrepiernas femeninas). Sin embargo, es necesario decir que la obra de Rodríguez no posee la fuerza expresiva, ni el dinamismo de la de Bourgeois, más bien parece tener algo infantil con esas lineas redondeadas y aspecto liso y en este sentido es menos interesante estéticamente. Me hubiese gustado ver más obras de la artista de este período, pero he estado buscando en la red y no he podido encontrar ninguna.