Revisando
la revista cultural La quinta rueda1
aparecida en diciembre de 1972, encontré una nota brevísima sobre
las obras de dos artistas chilenas titulada “Los pasadizos del
sexo”. Un título sugerente para anunciar las obras que estaban
realizando por aquel antonces las jóvenes artistas Nancy Gewölb y
Ximena Rodríguez. Estas pinturas y esculturas de principios de los
años '70 me parecieron, a primer golpe de vista, audaces y
provocadoras. Cuestión que luego se acentuó pensando que han pasado
más de cuarenta años y que nuestro contexto no se ha caracterizado por recibir con buenos ojos las experiencias de los
cuerpos y sexualidades, menos cuando se trata de las experiencias
de mujeres (salvo que se exprese desde el lado de una maternidad
edulcorada) u experiencias que desafían la heteronormatividad.
Las
artistas estaban realizando obras en las que se plasmaban
directamente órganos sexuales femeninos y masculinos, centrándose
en su forma, color, textura, explorando sus cualidades estéticas,
pero también sus sentidos culturales y políticos. Nancy Gewölb
menciona que la disconformidad frente a su situación de vida (mujer
sobre protegida de clase media) la impulsó a hacer estas pinturas de
sus genitales, declara “esto es un tipo de protesta al tipo de
clase social en que viví. Yo pasé de los brazos de unos padres muy
tiernos a los brazos de un marido muy tierno. Con esto demuestro que
estoy aquí. Que esto es sin vuelta.” Son series de pinturas de
gran formato en donde a partir de un ángulo muy cerrado se abren
entrepiernas de carnes muy generosas, redondeadas (hinchadas) en las
que el vello púbico es prominente y oscuro el sexo. En una segunda
mirada, las pinturas me sugieren cuerpos de atrevidas muñecas
infantiles (Jesmarinas) rollizas y rosadas.
Por su
parte Ximena Rodríguez, según cuenta en la entrevista, venía
realizando esculturas de cabezas y cuellos de caballitos las que cada
vez iban tomando un aspecto más fálico hasta que, dejando de lado
los prejuicios, decidió hacer un falo directamente. Fruto de este
proceso es la obra que muestra en la nota, una escultura de un pene
erecto hecha en terracota. Indudablemente, en la obra podemos
advertir cierta estilización: síntesis de la forma, líneas simples
y claras. El tamaño exagerado de los testículos nos puede traer
reminiscencias de piezas de culturas antiguas asociadas a la
fertilidad y lo sagrado. Agregaría que se presentan exagerados,
dignos de la sobrevaloración de lo masculino y la posición
preponderante que ostenta en nuestra cultura frente a otros posibles modos de ser. Ciertamente
la imagen de la revista no es muy buena, de hecho es oscura, pero más
allá de la forma2
me gustaría plantear que allí hay una cuestión que tiene que ver
con la práctica de la escultura, el objeto y modelo de la misma que
está siendo desplazado en
la obra. Si
pensamos que uno de los modos tradicionales de abordar la figura
humana ha sido precisamente el desnudo, el que tenemos acá no cumple
esta premisa pues es sólo una parte del cuerpo, un órgano aislado,
y en este sentido su salida de contexto (no tiene cuerpo, ni torso)
no logra producir un efecto de idealización y de representación,
por tanto a los ojos de muchos podría ser tan sólo un falo. Otra
arista surge cuando el autor del texto le pregunta de forma socarrona a la artista si la
obra es así intencionalmente o si es debido a falta de conocimiento
del modelo. Esto me lleva a recordar que para las primeras mujeres
que lograron entrar a la academia de arte el desnudo se constituyó
en la piedra de tope de su aprendizaje, pues se consideraba que no
era beneficioso que asistieran, pero al mismo tiempo este era
precisamente el ámbito de conocimiento más valorado en el arte. Por
tanto se convertía en una forma de situar a las artistas en un
espacio ambiguo e incompleto de la formación, dentro y fuera de la
práctica, o definitivamente al margen como exponen historiadoras del
arte feministas como Linda Nochlin y Whitney Chadwick.
La exigua
información que entrega la revista nos puede dar pistas de cómo se
recepcionaba el trabajo de una artista frente a un tema tabú
como la sexualidad en los años '70. En la nota observamos cómo se
iba traslapando el hecho de ser artista y mujer, luego los prejuicios
sobre el contenido de su obra y la obra que podría ser de una mujer
o femenina, sumado al lugar de la “mujer” como objeto de
deseo en nuestra cultura. Por eso cuando dice el autor que Nancy
Gewölb, una chica rubia, guapa, de pantalones pata de elefante y
ojos azules, “por lo menos está pintando el sexo femenino”, allí se nos revela algo. Quizás es la incomodidad que causa
cuando una mujer habla de sexo y no sólo de su sexo sino del sexo
masculino, la representación del pene cuando no se tiene el pene y
de allí las preguntas jocosas sobre el sexo, el doble sentido de las
frases, la poca atención a las problemáticas de las que hablan las
artistas sobre las motivaciones de sus obras, entre otras cosas. Si bien los son los
años de la “liberación sexual”, del best seller Palomita
blanca, el movimiento hippie, pareciera que dicha liberación
nunca llegó realmente para las mujeres o por lo menos no llegó a
sus cuerpos tan directamente, lo que se demuestra en el hecho tan
simple de la perplejidad que suscita para el autor del texto las
obras que está contemplando y cómo su presencia le sugiere una
infinidad de modos en que abordar a las dos jóvenes y bellas
artistas. El significante lo invadía todo, tal y como se
percibe en el tono jocoso de la crónica.
¿Por qué
pintas tantas veces lo mismo? Le pregunta el autor a Gewölb... Yo me
pregunto si esto se le podría haber pasado por la cabeza y dicho a un
artista que pinta desnudos o hace esculturas de cuerpos desnudos
incansablemente. Allí más que repetición habría quizás
reelaboración, cita, etc., se vería como propio del quehacer del artista. Y en este sentido mi malestar está en que
más allá de la calidad de las obras se percibe de inmediato un
límite y una burla. En la misma revista hay un texto llamado “La
mujer realmente femenina” de Pia Sjöbladh Alberts en el que a
partir del revisión de seis números de la revista Eva, la
autora presenta su malestar frente a las convenciones y al minumundo
al que se reduce a las mujeres y lo femenino, mismas convenciones
y reduccionismo que rondan la nota sobre las obras de las artistas
Rodríguez y Gewöld.
1
Revista La quinta rueda, nº15, diciembre 1972.
2Me
trae a la memoria obras de la artista francesa Louis Bourgeois,
esculturas fálicas de aspecto tosco y visceral, colgadas en ganchos
de matadero, como si fuesen pedazos de carne arrancados de cuerpos
masculinos (algo similar hace con entrepiernas femeninas). Sin
embargo, es necesario decir que la obra de Rodríguez no posee la
fuerza expresiva, ni el dinamismo de la de Bourgeois, más bien
parece tener algo infantil con esas lineas redondeadas y aspecto
liso y en este sentido es menos interesante
estéticamente. Me hubiese gustado ver más obras de la artista de
este período, pero he estado buscando en la red y no he podido
encontrar ninguna.