domingo, 24 de agosto de 2014

Labiales y tacitas, ejércitos de Avon y de la independencia


Muchas de las obras de la artista Livia Marín poseen una delicada extrañeza que las torna bellas y provocativas al mismo tiempo. En sus instalaciones utiliza objetos propios del mundo cotidiano, como labiales, cerámicas o porcelanas, vasos de plástico, envases de perfumes, los que dispone intervenidos en grandes series. Nos avocaremos a dos obras, una hecha de labiales y que lleva por título Fictions of a use I( 2004) y otra reciente que se llama Cosas Rotas ( 2009).
La obra de los labiales siempre me llamó la atención por la multiplicidad de evocaciones que suscita. Con la parte blanda de la barra la artista crea pequeñas esculturas en donde los significantes del cuidado y belleza femenina nos asaltan y por metonimia confundimos las barras con un desfile de modas, con cuerpos esbeltos y deseables. En su proliferación y debido al montaje (dispuestos sobre dos plintos a modo de medias lunas) a la distancia parecieran ser un gran ejército o bien, como ya he propuesto, un desfile. El labial se ha erigido en nuestra sociedad como un imperativo de la seducción y de la focalización de la belleza femenina en un órgano (en este caso la boca). Luego esta imagen me llevó a otra, en donde los labiales se erigen como otro ejército, el de las vendedoras de Avon, símbolo de la salida laboral de mujeres de clase media baja en EEUU que “aumentan ingresos” para sus familias y por lo tanto obtienen autonomía. Así, el maquillaje y los artilugios del glamour poseen una dimensión que escapa a la primera interpretación de cosificación. En sus inicios a principios del siglo XX, el glamour (sobre todo en cine), señalaba a mujeres independientes y vanguardistas, que irradiaban magnetismo y personalidad, mujeres que se desmarcaban de las expectativas del sistema sexo/género (Dyhouse, 2011) y que posibilitaban otras formas de identificación para las demás mujeres (trabajo, independencia, autorrealización), por ello este ejército podría ser un ejército de glamour listo para tomar el mundo por asalto.
Las delicadas porcelanas derretidas de la serie Cosas rotas, en su minucioso preciosismo contienen algo inquietante, propio de las operaciones de disociación del sentido de un objeto. En esta obra Marín convierte las tacitas, platitos y teteras en objetos blandos, imposibilitados de ejercer su función, que en su vaciamiento de sentido se derriten. Sin embargo, esta acción es contenida pues no pierden totalmente su forma. Quizás esta sensación inquietante puede estar relacionada a la violencia que se ejerció sobre estos objetos. La artista los quebró y derritió, pero pese a lo anterior, no presentan daños o marcas de esta agresión, como podría ser la pérdida de su color original o una quemadura, sino más bien todo lo contrario, se ven bellos. Ha dejado intacto su diseño, lo que nos lleva a pensar que primero han sido derretidos y luego pintados y esta simple acción tiene como resultado una cierta perplejidad. En la exposición Efemérides (Museo Histórico Nacional, 2014), la artista presentó sus tacitas entremedio de la loza de los próceres, tacitas prosaicas entre loza histórica. Tácitas de té como las de los juegos infantiles de las niñas, un tópico de los regalos que reproducen los estereotipos: niñas en casa, resguardadas en sus juegos en el espacio doméstico, niños afuera, en la contingencia de las batallas, tal y como se nos viene a la mente cuando miramos las vitrinas del MHN. Sin embargo, me gusta pensar que en la falla de estos objetos, en su intencional desfiguración se insinuara un cambio en la forma de entender los relatos sobre los sexos.