Muchas de las obras
de la artista Livia Marín poseen una delicada extrañeza que las
torna bellas y provocativas al mismo tiempo. En sus instalaciones
utiliza objetos propios del mundo cotidiano, como labiales, cerámicas
o porcelanas, vasos de plástico, envases de perfumes, los que
dispone intervenidos en grandes series. Nos avocaremos a dos obras,
una hecha de labiales y que lleva por título Fictions
of a use
I( 2004) y otra reciente que se llama Cosas
Rotas
( 2009).
La obra de los
labiales siempre me llamó la atención por la multiplicidad de
evocaciones que suscita. Con la parte blanda de la barra la artista
crea pequeñas esculturas en donde los significantes del cuidado y
belleza femenina nos asaltan y por metonimia confundimos las barras
con un desfile de modas, con cuerpos esbeltos y deseables. En su
proliferación y debido al montaje (dispuestos sobre dos plintos a
modo de medias lunas) a la distancia parecieran ser un gran ejército
o bien, como ya he propuesto, un desfile. El labial se ha erigido en
nuestra sociedad como un imperativo de la seducción y de la
focalización de la belleza femenina en un órgano (en este caso la
boca). Luego esta imagen me llevó a otra, en donde los labiales se
erigen como otro ejército, el de las vendedoras de Avon, símbolo de
la salida laboral de mujeres de clase media baja en EEUU que
“aumentan ingresos” para sus familias y por lo tanto obtienen
autonomía. Así, el maquillaje y los artilugios del glamour poseen
una dimensión que escapa a la primera interpretación de
cosificación. En sus inicios a principios del siglo XX, el glamour
(sobre todo en cine), señalaba a mujeres independientes y
vanguardistas, que irradiaban magnetismo y personalidad, mujeres que
se desmarcaban de las expectativas del sistema sexo/género (Dyhouse,
2011) y que posibilitaban otras formas de identificación para las
demás mujeres (trabajo, independencia, autorrealización), por ello
este ejército podría ser un ejército de glamour listo para tomar
el mundo por asalto.
Las delicadas
porcelanas derretidas de la serie Cosas
rotas,
en su minucioso preciosismo contienen algo inquietante, propio de las
operaciones de disociación del sentido de un objeto. En esta obra
Marín convierte las tacitas, platitos y teteras en objetos blandos,
imposibilitados de ejercer su función, que en su vaciamiento de
sentido se derriten. Sin embargo, esta acción es contenida pues no
pierden totalmente su forma. Quizás esta sensación inquietante
puede estar relacionada a la violencia que se ejerció sobre estos
objetos. La artista los quebró y derritió, pero pese a lo anterior,
no presentan daños o marcas de esta agresión, como podría ser la
pérdida de su color original o una quemadura, sino más bien todo lo
contrario, se ven bellos. Ha dejado intacto su diseño, lo que nos
lleva a pensar que primero han sido derretidos y luego pintados y
esta simple acción tiene como resultado una cierta perplejidad. En
la exposición Efemérides
(Museo
Histórico Nacional, 2014),
la artista presentó sus tacitas entremedio de la loza de los
próceres, tacitas prosaicas entre loza histórica.
Tácitas de té como las de los juegos infantiles de las niñas, un
tópico de los regalos que reproducen los estereotipos: niñas en
casa, resguardadas en sus juegos en el espacio doméstico, niños
afuera, en la contingencia de las batallas, tal y como se nos viene a
la mente cuando miramos las vitrinas del MHN. Sin embargo, me gusta
pensar que en la falla de estos objetos, en su intencional
desfiguración se insinuara un cambio en la forma de entender los
relatos sobre los sexos.